Fundación ProAves – por la conservación en el país de las aves

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3 diciembre, 2021

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Por Natalia Cobo Hoyo

Tomamos la vía larga hacia el municipio de Anorí, ubicado en las montañas del departamento de Antioquia. Aprovechamos el tiempo para compartir. Entre risas, meriendas, historias y algo de sueño, se fue el tiempo. Llegamos a una plaza invadida de gente del pueblo, todos amables y tranquilos.  Entré a la iglesia y pedí tres deseos, todos estos cumplidos durante el paseo. El traslado a la Reserva ProAves Arrierito Antioqueño lo hicimos en tuk tuk, moto-taxi que llaman, fue muy divertido. Qué maravilla, éramos los únicos en la vía.  

Cuando llegamos a nuestro destino, José Aicardo y Norelly, una pareja muy amable, nos dieron la bienvenida. Ellos han sido los guardianes de la Reserva Natural durante 12 años. Las habitaciones cómodas y amplias invitaban a dormir, pero no había tiempo para eso, había que comer y salir a pajarear. Las aves en el jardín trataban de convencernos para quedarnos, sin embargo, sabíamos que monte adentro, por los senderos, había mucho más que ver.

Ya listos con botas de campaña, ropa color bosque, cámara para registro y ojos de extensión (binoculares) nos adentramos en la montaña, en silencio y sin dejar rastro. Poco a poco los locales plumados se comenzaron a asomar. No dudo que se cuestionaban, -¿Estos quiénes serán?-. Nosotros intentábamos cantar como ellos, unos con acentos más pesados que otros, a veces nos lográbamos comunicar. Ya el sol caía y era hora de regresar.

Las aves, cantoras de los bosques

Aún no había tiempo para descansar. La tarea era comer rápidamente para retornar a la montaña. Sabíamos que solo disponíamos de una sola noche para entrevistarnos con los sabios del bosque. Nuevamente tomamos el sendero, monte adentro. En esta ocasión, equipados con luz de pila.  El cachito de luna y las estrellas fueron de poca ayuda, pues su luz no lograba penetrar el follaje del bosque. En la oscuridad sabíamos que había muchos seres vivos que nos acompañaban, pero las ranas con su croar eran las únicas evidentes.

De repente escuchamos la voz del sabio. Su voz, de tono bajo, nos guiaba por el camino. Llegamos hasta su voz, encendimos la luz y la dirigimos hacia él.  Él nos esperaba. Sus ojos redondos nos miraban fijamente como diciendo, -¿Por qué tardaron tanto?-.  Cesaron las voces de ambas partes.  Nos deleitábamos, pues todos los días no se encuentra el sabio (Megascops ingens colombianus). 

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Luego de una larga contemplación continuamos a oscuras por el sendero. De repente, la voz de otro cantor. Encendimos la luz y ahí, en lo alto, a través de una gigante ventana en el bosque, estaba perchado otro sabio con vestimenta de rasta. Con este, Ciccaba virgata, la entrevista fue más corta, pero no menos emocionante. Con la misión ya cumplida, retornamos al refugio para un merecido descanso.

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Conociendo al Montañerito antioqueño

Al día siguiente, despertamos antes que el sol. Nos preparamos para nuevamente entrar en el bosque encantado. Ahora la misión era encontrar al Arrierito Antioqueño. Este paisa no es como los otros.  Este tiene plumas y no hay otro como él en esta tierra. Vimos lifer tras lifer en el camino, pero nada del arriero. A veces por estar embelesados por el colorido de tantos plumados dilatábamos la búsqueda del montañerito, Lipaugus weberi. Con la actividad en declive y el tiempo agotándose no perdíamos la esperanza del anhelado encuentro. De repente un grito en voz baja, lleno de emoción, -Ahí está el Arrierito-. Con el corazón a mil y casi flotando, llegamos al lugar. Y ahí, posado sobre una rama nos esperaba. Uno de los deseos pedido en la iglesia se había cumplido. La dicha de observar a este caramelo escaso duró un buen rato. Creo que él sabía que habíamos venido desde muy lejos a contemplarlo.

Nos despedimos de este gran bosque con el deseo de regresar algún día. Nos retiramos felices de haber hecho nuevos amigos y con la confianza de que el sitio permanecerá intacto, lleno de vida.

Este relato termina, pero no sin antes contarles de los otros dos deseos cumplidos; mucha salud y mucha alegría.

Natalia Cobo Hoy

Natalia, nacida y criada en Estados Unidos, es hija de padres colombianos. Actualmente vivo en Colombia. Es docente de profesión, y trabaja en el sector turismo. 

Su gran pasión son viajar, la medicina natural y la gastronomía. Recientemente descubrió su amor por las  avistamiento de aves, hobbie que ha inspirado la escritura de este hermoso relato.